Por Kika Fumero

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Encarnación Aragoneses Urquijo, así se llamaba la mujer de carne y hueso que habitaba tras la figura de Elena Fortún. Encarnación nació en Madrid en 1885 y su vida estuvo marcada por la tragedia: la muerte temprana de su hijo Bolín, de 10 años, una Guerra Civil que la obligó al exilio, y un exilio que le costaría el suicidio de su marido en Buenos Aires, en 1948. Pero, sobre todo, estuvo marcada por su amor a l@s más peques de los hogares, y a las letras. La combinación de ambas debilidades tuvo como resultado el mundo de Celia, quien cobró vida en 1928, tras la muerte de su hijo pequeño.

La vida marital entre Encarnación Aragoneses y Eusebio Gorbea no fue fácil, al menos para ella no lo fue. Su insaciable sed de libertad e independencia la llevó a salir del personaje de “Encarnación, mujer casada y madre” para convertirse en “Elena Fortún, escritora reconocida y de gran éxito entre el público más joven”. Adoptó el nombre de una novela histórica que escribiera Eusebio en 1922: Los mil años de Elena Fortún. Sus vidas literarias caminaron separadas y la de Eusebio nunca tuvo éxito. Elena Fortún, sin embargo, en seguida comenzó a ganar fama.

Aunque hubo otros pseudónimos, el de Elena Fortún -de la mano del mundo de Celia- comenzó a cobrar protagonismo en su día a día literario, hasta tal punto que Encarnación Aragoneses se fue disipando poco a poco y empezó a firmar cartas y a presentarse como Elena. Tal vez en algún momento confundiera verdad con ficción. Lo cierto era sin duda que Elena fue para Encarnación una vía de escape y su salvación, y que en Celia depositó la vida que siempre quiso tener, así como sus propios miedos, sueños y osadías. Tanto en el personaje de Celia como en el de su madre, a quien también atribuyó rasgos propios.

Elena Fortún consiguió tener -a pesar de la lacra social que asomaba cual fantasma y que tanto daño le hacía- una vida independiente a la de su marido. Ella no fue ningún “ángel de hogar” y sentía verdadero rechazo hacia la vida doméstica, que representaba para ella la cárcel y el encierro. A menudo le recordaban que ese no era el mundo que le correspondía como mujer, que pisaba terreno de hombres, que una autora siempre tiene un tanto de usurpadora de un algo masculino que no le correspondía. ¡Así estaba el patio! De hecho, así se entiende mejor la agonía y desesperación que manifestaban nuestras antecesoras.

Su marido no le facilitaba la vida, no contribuía a que su mujer desarrollara su faceta de escritora y se realizara en el mundo intelectual. Según testimonio de la propia Elena, cuando sentía la irresistible necesidad de plasmar en un papel su infinita creatividad, se veía obligada a encerrarse en el baño para ocultarse de Eusebio, ya que era causa de escándalo y de prohibiciones. Y así estuvo durante mucho tiempo.

La maternidad también supuso otra batalla en su vida. En una carta a una amiga tinerfeña, Encarnación confiesa la locura que cometiera al casarse y al tener hijos, se lamenta de no haber sido fiel a su sueño y de no haber centrado sus energías en él: su carrera como escritora. Todo ello influiría en su relación matrimonial, que, obviamente, distaba mucho de ser idílica. En una ocasión abandonó a su marido y se fue a vivir con una amiga. Eusebio también le fue infiel a Encarnación, pero ella estaba tan centrada en su vida intelectual, que poco o nada le importaban sus escarceos amorosos. Su lesbianismo, por otra parte, fue blanco de habladurías en ocasiones, pero era vox populi. De hecho, Elena dejó dos novelas de contenido lésbico sin publicar: Oculto Sendero y El pensionado de Santa Casilda. Una lástima, ¿no creen?

Elena Fortún tuvo en todo momento un participación constante en la vida del Lyceum Club Femenino. De hecho, así lo refleja en Celia, cuando describe cómo la madre de la niña asiste dos veces por semana al Lyceum. Pero su activismo va mucho más allá, y se la relaciona también con un grupo homófilo creado por su propio marido, Gregorio y María Martínez Sierra, Cipriano Rivas Cheriff, Federico García Lorca, Margarita Xirgu y Pío Baroja, entre otros.

Encarna, la esposa y madre víctima y presa de una sociedad patriarcal que ahoga sus deseos y trunca sus sueños; Elena, escritora nata de una sensibilidad exquisita hacia l@s más peques de cada hogar, de espíritu libre, que lucha sin cesar por deshacerse de las cadenas sociales y poder ser fiel y leal a sí misma, así como por sacar del armario la identidad de la mujer escritora.

Estatua homenaje a Elena Fortún.

Estatua homenaje a Elena Fortún en el Parque del Oeste (Madrid, 1957).

La Cabecera y la Sintonía de Celia: